De la maldad y pésimas cualidades del tirano
Tirano se dice de un hombre de mala vida y pésimo entre todos los otros hombres, que pretende dominar por la fuerza al resto. Y merece en particular este nombre quien de su condición de ciudadano se ha erigido en tirano. Para empezar, el tirano es soberbio, queriendo siempre destacar sobre sus iguales, y en especial pretende distinguirse entre los que, siendo mejores que él, merecerían tenerle por debajo. Es también envidioso, puesto que le mortifica el éxito de los demás y en particular el de sus conciudadanos. En efecto, no puede soportar que alguien sea elogiado, si bien muchas veces no le quede más remedio que disimular y escuchar en silencio mientras se le corroen las entrañas. De igual manera, se alegra el tirano de las injurias ajenas y hasta tal punto que desearía que todo hombre fuese vituperado para verse solamente él ensalzado. Por lo demás, debido a que las sospechas, las tribulaciones y los diversos temores están siempre royéndole el corazón, se refugia en los placeres como medicina para sus aflicciones: por eso mismo, pocas veces o casi nunca se encuentra un tirano no entregado a la lujuria y a las delectaciones carnales. Y como no puede mantener su posición ni delectarse en los placeres que se le van antojando sin una gran cantidad de dinero, se sigue su desordenado afán de riquezas: por eso, todo tirano es avariento y ladrón. En efecto, no sólo se apropia del principado, que en realidad pertenece a todo el pueblo, sino que usurpa aquello que es de propiedad común, a lo que habría que añadir todo aquello que su codicia le impulsa a robar de los ciudadanos particulares, normalmente con sutileza y de manera oculta, pero a veces incluso a las claras. Se sigue de todo lo dicho que el tirano acaba por reunir en sí todos los pecados posibles. En primer lugar, porque vive en la soberbia, la lujuria y la avaricia, que son las raíces de todos los males. En segundo lugar, porque habiendo puesto su único fin en el poder que detenta, no hay cosa que no haga por mantenerlo. No existe mal en el que no esté dispuesto a entrar si es a propósito de defender su dominio; ni escatima, tal y como la experiencia nos enseña, medio alguno que le permita resistir en el poder; reúne, sea en sus intenciones, sea en sus costumbres, todos los pecados del mundo. En tercer lugar, puesto que su nocivo gobierno causa innumerables pecados en el pueblo, es el tirano tan responsable de éstos como si él mismo los hubiese cometido. Y cada parte de su alma la encontramos depravada, Su memoria conserva siempre presente los agravios recibidos (incitándole a la venganza), pero se le olvida pronto de los favores de los amigos; su intelecto siempre lo hallamos ocupado en maquinar fraudes, engaños y otros males; tiene la voluntad abarrotada de odios y perversas intenciones, su imaginación está llena de falsas y retorcidas representaciones; en fin, todos los sentidos exteriores los tiene ocupados en hacer daño, en satisfacer su concupiscencia, o bien en detrimento y perjuicio del prójimo, porque todo en él rebosa ira y desdeño. Y todo esto le sucede porque ha puesto su único fin en mantener un dominio que es difícil, o más bien diremos imposible, de mantener por mucho tiempo: porque ningún violento es eterno. Está obligado a vivir siempre en alerta, porque quiere mantener por la fuerza lo que de suyo es precario. Y porque su fin es siempre malo, toda cosa que disponga en vista a tal fin es por fuerza también malo. Por lo cual el tirano ni piensa, ni recuerda, ni imagina, ni hace nunca excepto cosas nocivas; y aun cuando hace alguna cosa buena, no la hace por que pretende un bien, sino sólo por conquistar fama y hacerse amigos, para poder mejor mantenerse en su perversa condición. Resulta así similar al diablo, rey de los soberbios, que no piensa nunca en otra cosa que en el mal; y si alguna vez dice alguna verdad y lleva a término alguna cosa que contiene algo de bien, todo está en realidad subordinado a un execrable fin, y en especial a saciar su gran soberbia. Del mismo modo el tirano destina todas sus buenas acciones a servir a su endiosamiento, el cual con cualesquiera artes y medios trata de conservar. Por eso, cuanto más benévolo se muestra exteriormente, es tanto más astuto y perverso, y es tanto mejor discípulo del más artero diablo, que se transfigura en ángel de luz, para así asestar mejor su más temible golpe.
El buen y el mal gobierno. El Tratado sobre la República de Florencia de Girolamo Savonarola
Fuente: Girolamo Savonarola, Tratado sobre la República de Florencia y otros escritos políticos, Madrid: Los libros de la catarata, 2000.
Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola (Ferrara, Italia, 21 de septiembre de 1452 - Florencia, 23 de mayo de 1498).
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